jueves, 4 de marzo de 2010

Parte Tres

Inmediatamente me di cuenta de algo era diferente esta vez. En lugar de su traje presionado habitual y alegría, observé ropa desaliñada, labios pálidos y los ojos nublados. Caminó inclinó como si llevara el peso de las noticias pesados. El abrazo, un saludo alegrese, convirtió en un intento torpe y prolongada, casi desesperado, para mantener Emilia cerca de él, y el aroma de la palabra "adiós", colgada como la niebla en el aire. Lamentablemente, se volvió hacia las dos de nosotros, y sacó la palabra triste desde el aire.

"No puedo verte más", dijo.
"Pero, te amo", balbuceó Emilia.
"Estoy poniendo en peligro. Ya están buscando. Es mejor que no regreso, y echarlos fuera de las pistas".
"¡Yo moriría por ti!"

Pero todos sabemos que la declaración desesperada de Emilia no era cierta. Ella lo amaba, sí, pero la muerte era otra cosa enteramente.

Otra vez, miré la puerta porque todos oimos un golpe. Pero, esta vez, no la necesité abrir, porque los hombres ya rompieron mi mechón con su ganzúa. Creí que ellos la habría destruyendo si necesitaban, pero, desafortunadamente, mi apartamento no iba muy seguro. Los hombres llevaron chaquetas, gafas de sol, y pantelones negros, con camisas blancas.

"Vayan con nosotros," les dicen.

Sin palabras, salimos, y escalonamos afuera, debajo de la luna. Siguimos los hombres como patitos, por los pasadizos ocultos y calles obscuros. Todo el tiempo, la luna nos miraban, iluminó de nuestro camino. Cuando la luna brilló más y más, los hombres se convirtieron nerviosos, muevaron cerca de las paredes de ladrillo, y lejos de la luz.

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